Politeía
- Te mostraré, si miras bien, que algunos de los objetos de las percepciones no incitan a la inteligencia al examen, por haber sido juzgados suficientemente por la percepción, mientras otros sin duda la estimulan a examinar, al no ofrecer la percepción nada digno de confianza.
- Es claro -dijo Glaucón- que hablas de las cosas que aparecen a lo lejos y a las pinturas sombreadas.
- No -repliqué-, nos has dado con lo que quiero decir.
- ¿Qué quieres decir entonces?
- Los objetos que no incitan son los que no suscitan a la vez dos percepciones contrarias. A los que sí las suscitan los considero como estimulantes, puesto que la percepción no muestra más esto que lo contrario, sea que venga de cerca o de lejos. Te lo diré de un modo más claro: éstos decimos que son tres dedos, el meñique, el anular y el mayor.
- De acuerdo.
- Piensa ahora que hablo como viéndolos de cerca. Después obsérvalos conmigo de este modo.
- ¿De qué modo?
- Cada uno de ellos aparece igualmente como un dedo, y en ese sentido no importa si se lo ve en el medio o en el extremo, blanco o negro, grueso o delgado, y así todo lo de esa índole. En todos estos casos el alma de la mayoría de los hombres no se ve forzada a preguntar a la inteligencia qué es un dedo, porque de ningún modo la vista le ha dado a entender que el dedo sea a la vez lo contrario de un dedo.
- Sin duda.
- Es natural, entonces, que semejante percepción no estimule ni despierte a la inteligencia.
- Es natural.
- Pues bien, en cuanto a la grandeza y a la pequeñez de los dedos, ¿percibe la vista suficientemente, y le es indiferente que uno de ellos esté en el medio o en el extremo, y del mismo modo el tacto con lo grueso y lo delgado, con lo blando y lo duro? Y los demás sentidos ¿no se muestran defectuosos en casos semejantes? ¿O más bien cada uno de ellos procede de modo que, primeramente, el sentido asignado a lo duro ha sido forzado a lo blando, y transmite al alma que ha percibido una misma cosa como dura y como blanda?
- Así es.
- Pero ¿no es forzoso que en tales casos el alma sienta la dificultad con respecto a qué significa esta sensación si nos dice que algo es "duro", cuando de lo mismo dice que es "blando"? ¿Y también respecto de qué quiere significar la sensación de lo liviano y lo pesado con "liviano" o "pesado", cuando dice que lo pesado es "liviano" y lo liviano "pesado"?
- En efecto, son extrañas comunicaciones para el alma, que reclaman un examen.
- Es natural que en tales casos el alma apele al razonamiento y a la inteligencia para intentar examinar, primeramente, si cada cosa que se le transmite es una o dos.
- Sin duda.
- Y si parecen dos, cada una parecerá una y distinta de la otra.
- Sí.
- Y si cada una de ellas es una y ambas son dos, pensará que son dos si están separadas; pues si no están separadas, no pensará que son dos sino una.
- Correcto.
- Pero decimos que la vista ha visto lo grande y pequeño no separadamente, sino confundidos, ¿no es así?
- Sí.
- Y para aclarar esto la inteligencia ha sido forzada a ver lo grande y lo pequeño, no confundiéndolos sino distinguiéndolos.
- Es verdad.
- ¿No es acaso a raíz de eso que se nos ocurre preguntar primeramente qué es lo grande y qué lo pequeño?
- Sin duda.
- Y de este modo era como hablábamos de lo inteligible, por un lado, y de lo visible, por otro.
- Completamente cierto.
- Y esto es lo que intentaba decir hace un momento, cuando afirmaba que algunos objetos estimulan el pensamiento y otros no, en lo cual definía como estimulantes aquellos que producían sensaciones contrarias a la vez, mientras los otros no excitaban a la inteligencia.
- Comprendo, y también a mí me parece así.
- Pues bien, ¿en cuál de las dos clases te parece que están el número y la unidad?
- No me doy cuenta.
- Razona a partir de lo dicho. En efecto, si la unidad es vista suficientemente por sí misma o aprehendida por cualquier otro sentido, no atraerá hacia la esencia, como decíamos en el caso del dedo. Pero si se la ve en alguna contradicción, de modo que no parezca más unidad que lo contrario, se necesitará un juez, y el alma forzosamente estará en dificultades e indagará, excitando en sí misma el pensamiento, y se preguntará qué es en sí la unidad; de este modo el aprendizaje concerniente a la unidad puede estar entre los que guían y vuelven el alma hacia la contemplación de lo que es.
- Por cierto -dijo Glaucón-, así pasa con la visión de la unidad y no de modo mínimo, ya que vemos una cosa como una y a la vez como infinitamente múltiple.
PLATÓN, Diálogos IV República,
Libro VII, 523b - 525a
Nota (previa): Olvídese por un momento todo el platonismo y lo platónico, y léase el texto.
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