viernes, marzo 03, 2006

Las letras del nombre se estiran hasta límites desfigurados y grotescos. Éstas giran los brazos todos, simulando sierpes hechizadas. Es una especie de cólera a cámara lenta, como representada, que rasga el grito en cada pliegue de la máscara cutánea. Las letras del nombre, y el nombre de las letras, en horrenda y extravagante gesticulación. En las grutas o subterráneos huecos húmedos que suenan a “u”, resto de este alargamiento deforme de las palabras, pinto cosas que no son las sordas paredes de este negro vacío; pinto bichos, sabandijas, quimeras y follajes en las paredes; y me pinto haciendo el pino, pongamos por caso, que es ese oxymoron que sube –o baja– tanta sangre a la cabeza. Boca abajo veo las violáceas heridas de mi ingle por donde se curvan todas las líneas, tergiversándoselas, forzándoselas, si bien de un balanceo suave de licuación de lo rocoso. De este agua trastocada en el forcejeo que se derrama en rama de tallos que se alejan y se olvidan, vendrán espigas y también pronto amapolas rojo sangrante que provocan de un vistazo mi ahogado abatimiento; aun, en el estampado de tu camisa.