domingo, abril 24, 2005

Te bajo la línea horizontal al talón y el azul te revuelve el cocido de las tripas. Dices tantas cosas en chino que la taquígrafa se me despide muerta de risa, qué escándalo. Miro que tal cielo de garbanzos dibujándote el perfil y el vuelo es de una precariedad exacta. Lo tengo en plano pero comienzo a mover. Recupero el ritmo cardiaco -o sea el tiempo- y respiro, algo literalmente intencionado y precioso. El vaso se va llenando de agua y me paro cuando el horizonte te llega por la cintura. Damos entonces una vuelta, si te parece. La taquígrafa va por allá lejos, corriendo. Me acuerdo de una cancioncilla china y la canturreo. Explicas la base pentatónica de la música oriental y cómo se puede improvisar fácilmente una melodía con las teclas negras del piano. Se ha hecho un poco tarde. Me recojo la línea curva y abandono el plano. Cartulina negra. Pero duermo muy mal, quiero decir, arítmicamente, y me trastorna la letra y la significación de la cosa. Duermo por tanto durante mucho tiempo. Los desvelos me instalan en el sueño y en lo pringoso de éste. Agotada de recordar cada uno de mis sueños, tan solo duermo y duermo. Y sueño. Y recuerdo. Y sueño. Y sueño. Y sueño. Et cetera. De vez en cuando me ataca una tos seca. Desde el sueño alargo en tal caso la mano hasta el vaso de agua. Creo que huele a cocido. La taquígrafa no para de escribirme novelas. Y tú jugueteas la cancioncilla china en el piano.

viernes, abril 22, 2005

Uterino lo real, lo que se da, lo fenoménico, a lo que nunca deseo volver, sino que me aparto las entrañas y nazco. Se huele el sueño y la sangre pegados al vestido y todo esto se adivina que consistirá en un continuo juego de memoria o de la memoria que se contorsiona en el dibujo de mi letra. O de desmemoria, como siempre en estas dicotomías sexuales según se mire o viceversa, pues es ésta la estructura circular de los espejos en los que me miro horrorosamente. Y que me pasé la vida mirándote sin verte te lo escribiré luego en un papel, cuando se acabe, pues el universo es finito ya que se inventó que se expande. No lo he leído pero quizá esa luz de las galaxias que se va alejando en el espacio (y en el tiempo) me estoy imaginando que es la curva de la línea, la espaciotemporal. Se me mete en el cuerpo esta idea y ruedo un rato por el suelo circular de la voluntad. Siempre nazco al consecutivo, contiguo y continuo útero de lo real.

martes, abril 19, 2005

Góngora

Noble desengaño,
gracias doy al cielo
que rompiste el lazo
que me tenía preso.
Por tan gran milagro
colgaré en tu templo
las graves cadenas
de mis grandes yerros.
Las fuertes coyundas
del yugo de acero,
que con tu favor
sacudí del cuello,
las húmidas velas
y los rotos remos
que escapé del mar
y ofrecí en el puerto,
ya de tus paredes
serán ornamento,
gloria de tu nombre,
y de Amor descuento.
Y así, pues que triunfas
del rapaz arquero,
tiren de tu carro
y sean tu trofeo
locas esperanzas,
vanos pensamiento,
pasos esparcidos,
livianos deseos,
rabiosos cuidados,
ponzoñosos celos,
infernales glorias,
gloriosos infiernos.
Compóngante himnos,
y digan sus versos
que libras cautivos
y das vista a ciegos.
Ante tu deidad
hónrense mil fuegos
del sudor precioso
del árbol sabeo.
Pero, ¿quién me mete
en cosas de seso,
y en hablar de veras
en aquestos tiempos,
donde el que más trata
de burlas y juegos,
ése es quien se viste
más a lo moderno?
Ingrata señora
de tus aposentos,
más dulce y sabrosa
que nabo en Adviento,
aplícame un rato
el oído atento,
que quiero hacer auto
de mis devaneos.
¡Qué de noches frías
que me tuvo el hielo
tal, que por esquina
me juzgó tu perro,
y alzando la pierna,
con gentil denuedo,
me argentó de plata
los zapatos negros!
¡Qué de noches de éstas,
señora, me acuerdo
que andando a buscar
chinas por el suelo,
para hacer la seña
por el agujero,
al tomar la china
me ensucié los dedos!
¡Qué de días anduve
cargado de acero
con harto trabajo,
porque estaba enfermo!
Como estaba flaco
parecía cencerro:
hierro por de fuera,
por de dentro hueso.
¡Qué de meses y años
que viví muriendo
en la Peña Pobre
sin ser Beltenebros,
donde me acaeció
mil días enteros
no comer sino uñas,
haciendo sonetos!
¡Qué de necedades
escribí en mil pliegos,
que las ríes tú ahora,
y yo las confieso!
Aunque las tuvimos
ambos, en un tiempo,
yo por discreciones
y tú por requiebros.
¡Qué de medias noches
canté en mi instrumento:
«Socorred, señora,
con agua mi fuego»!
Donde, aunque tú no
socorriste luego,
socorrió el vecino
con gran caldero.
Adiós, mi señora,
porque me es tu gesto
chimenea en verano
y nieve en invierno,
y el bazo me tienes
de guijarros lleno,
porque creo que bastan
seis años de necio.